viernes, 9 de abril de 2010

Atletas


Era tan fácil, el futuro era nuestro,
o mío, que es lo mismo que decir mutuo o tuyo.
Mayúscula o minúscula,
oxígeno o sed,
refugio o playa,
horizonte, navaja,
magenta o sangre.
Total lo que buscábamos,
no era otra cosa que una tenue sombra,
en la que poder cobijarnos.
Para morir deshabitados de horizonte o de sed.
En sólo un sencillo golpe,
en el diafragma o en el pecho.
Para así correr después por la calle al descubierto
y buscar juntos una alfombra de arcos,
que alcanzara tranquilamente el crepúsculo.
Nuestro crepúsculo, que no es otra cosa
que un crimen granate y perfilado.
Sombra fija de un paisaje de Atletas,
con músculos de bóveda y de pies agrietados por el tartán impuesto,
de sus pasos medidos y justos.
En una ciudad por la que huir de los tanatorios de luna,
y de los inmuebles con pecho dorado,
de los refugios nucleares y de iglesias con dolores peritonales,
de gargantas rancias y semen despoblado,
de mujeres sin rostro que aprendieron a amar,
hombres con cuello y sexo de diamante,
de pancartas electorales y de abortos velados de amor.

Salir corriendo de un acorde magenta,
como si de la vida pendiera una promesa,
y de su perfil colgara este poema.

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