viernes, 9 de abril de 2010

La extinguida Primavera de Wendy Darling


Cuando Wendy llegó a su primavera,
ya era tarde,
demasiado tarde.
Las calles mantenían desde hacía días,
el color rubio de la desesperación.
Una permanente muerte de objetos en otoño.
El tabaco se vendía sólo en los estancos,
y el amor era un acertijo de farolas nocturnas y muerte.
Cuando llegó a casa,
tenía nudos de sal en la garganta,
y el bronce que siempre mantuvo en sus manos,
se había propagado por todo su cuerpo en silencio.
Le quedaba poco tiempo.
Ya todos intuíamos sus acelerados pronósticos,
sus ojos casi descolgados exageradamente,
sus mensajes de móvil sin contestar,
y el disco de Björk sonando insaciablemente en el tocadiscos.

Todos estos signos florecían evidenciando
la ebriedad del alma de Wendy, y que nunca escondió.

Después, horas más tarde, su muerte,
perfilada por platos apilados y sucios,
y la única luz de la nevera,
iluminando delicadamente la cerámica de sus pómulos.
Un fétido olor a gas butano nos alejó de ella,
y se nos engancho a los pulmones,
para nunca más respirar su primavera.
Peter Pan nunca supo la certeza que escondía la cocina,
y lloró la muerte de Wendy, toda su infancia, desesperadamente.

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